viernes, 11 de julio de 2008

Radiografía sónica

En este parque siempre hay música. A cualquier hora. Hasta en los sueños. Es como una rocola de emociones. Aprendí a hablar a través de la música. Aprendí a escribir gracias a la música. El ABC vino al mismo tiempo que el DO-RE-MI. En el soundtrack de mi vida pueden encontrar cualquier ritmo: desde los que me disparan a mi privadísima galaxia del éxtasis hasta aquellos que no me gustan...pero que igual han estado ahí.
Por eso pienso que para conocer a alguien sólo basta que tararee una canción. Nuestros gustos melódicos forman parte de la radiografía de nuestra personalidad. Una radiografía sónica, que también refleja características ocultas o negadas del individuo en cuestión.
Por ejemplo, desconfío de aquellas personas que me dicen "lo mío es sólo rock"...o música tropical, o pop, o clásica, o lo que sea. Solapadamente me está diciendo "soy intolerante". Por otra parte están los que comentan de entrada "yo escucho de todo un poco", pero son incapaces de nombrar a sus favoritos...porque no los tienen. Eso puede significar despiste, algo de incultura o peor aún inseguridad ("No sé lo que quiero en la vida...no sé ni siquiera lo que me gusta ni por qué") (¡!).
También están los prejuiciosos: "Me encanta cualquier ritmo pero no soporto el vallenato"...o música ranchera, llanera, reggae, funk, country, ska. Digo yo, una cosa es que no te guste (pero lo respetes) y otra cosa es que no lo "soportes" (y además denigres del citado ritmo y de quienes lo escuchen).
Tengo un prejuicioso que está de primero en mi lista y que paradójicamente es músico, un muy buen músico. Buena parte de mi infancia-adolescencia la pasé escuchando sus discos (de vinil, vale acotar) que mi hermana traía de aquella lejana ciudad donde iba a la universidad (realmente no era tan lejana, pero para mí era un lugar inhóspito al otro lado del país). Así las cosas, pasé muchas tardes escuchando el ritmo de una batería que sonaba tan exacta como un reloj, la cadencia de un bajo que "caminaba" en el pentagrama y las notas de una guitarra que con sus solos me hacia sentir en un concierto. Eran los ochenta y yo, una chamita de 11 o 12 años, ya me sentía muy grande porque entendía la líricas y la música de Frank Quintero. Sí ese mismo que luego se volvió bastante comercial, llevándose con ello buena parte de la magia. Sin embargo en esa época canciones como "Pájaros y estrellas" y mi queridísima "Señora Luna" (que tantas veces me ha devuelto la calma) eran su acreditación como artista, en todo el sentido de la palabra.
En fin, pasaron los años y aunque su música decayó considerablemente seguía pensando que era un buen músico. Hasta que hace un par de años leí esto en una entrevista: "Me encanta todo lo que sea música pero hay una ritmo, uno sólo, que no tolero y que me parece una payasada: la música de mariachi". ¡Dios! Pues sí que me dio en mi mera jefa. No es que yo sea mexicana (bueno un poco) pero me preguntaba "¿Será que el señor nunca ha escuchado a Javier Solís o a Pedro Infante lanzarse un bolero o un huapango?". Nada, que seguro se la da de muy "académico" y lo popular para él es igual a incultura. Craso error.
Tal vez por eso es que me gusta el concepto de "rocola" cuando me preguntan qué música es la que me mueve. Y es que esa rocola hay, incluso, melodías que me desagradan. Creo que si vas a decir "no me gusta" debes decirlo con propiedad. Un ejemplo: "Hotel California" de The Eagles. No puedo con ella. La intro de guitarra me va poniendo verde, in crescendo.
Pero tengo tantas que me gustan que al final aquellas pocas que no me gustan se convierten en anécdotas. Todo depende de mi ánimo (o de la luna que ilumine mi mundo, es lo mismo). Hay días donde el intelecto me pide los "Conciertos Brandenburgueses" de Bach. En otros estoy cursi rosa, muy rosa, y me da por escuchar cualquier balada antidiluviana (jejeje) de Ricardo Montaner. Otros días Presuntos Implicados o Mecano me inyectan pop inteligente. También está mis venerados Louis Armtrong o Miles Davis. Incluso cuando me pongo muy folklórica me doy un paseito de flamenco con Camarón, o country con las ya desaparecidas Wilson Phillis, o tal vez Lila Downs con canto oaxaqueño. Si me da por el flachback durísimo no duden, estoy escuchando Timbiriche.
Y no se equivoquen. No calculen mi años a través de la música que escucho. Caerán en una gran confusión. Lo mismo escucho boleros de Toña La Negra, Pedro Infante, Alfredo Sadel o Los Panchos, que el rock de Gun's and Roses, Queen, U2, The Police, Miguel Ríos, Soda Stereo u Oasis. Y en mi repertorio figura (¡quemené!, como decía Tin Tan) algún vals venezolano o tal vez bossanova brasilero o fado portugués.
Igual no me pertenecen generacionalmente, o ideológicamente, o culturalmente, pero qué importa, así es la música, es de todos y es de nadie. Yo seguiré cantando aquello de "Vivo en un país libre, cual solamente puede ser libre, en esta tierra en este instante, y soy feliz porque soy gigante, amo a una mujer clara que amo y me ama sin pedir nada...o casi nada, que no es lo mismo pero es igual" (Silvio Rodríguez). O también "Y uno se cree que nos mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta...son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón" (Joan Manuel Serrat). Y más, mucho más.
En esta noche, me quedo aquí saboreando sonrisas y momentos a través de la música, escuchando a Alejandra Guzmán cantar: "Yo te esperaba y veía mi cuerpo crecer, mientras buscaba el nombre que te dí...en el espejo, fui la luna llena y de perfil, contigo dentro jamás fui tan feliz. Moría por sentir tus piernecitas frágiles pateando la oscuridad de mi vientre maduro..soñar no cuesta, no, y con los ojos húmedos, te veía tan alto, es más, en la cima del mundo".
Antes de cerrar el portal comparto contigo un fragmento de Andrés Henestrosa, ensayista y melómano mexicano: "Si quieres conocer a un pueblo - dice la sabiduría popular - óyelo cantar. Y junto con oírlo cantar conoce su cocina y si oyes cantar a la cocinera mientras guisa, mejor aún: en lo que come y en lo que canta se conoce a un pueblo. La canción es la ventana por donde se nos va el alma, vuela hacia las alturas, hacia el cielo. Una canción si adquiere permanencia y logra que todos la canten, quiere decir que interpreta una manera de alma, un modo de ser recóndito. Las canciones que lo consiguen no mueren; por eso: porque interpretan nuestra manera más recóndita de ser. Cuando parece que se olvidan es sólo eso: un mero parecer. Va y vuelve la canción cuando tiene un quehacer en una comunidad, en un país".

miércoles, 2 de julio de 2008

Maestros

Alguien a quien respeto mucho me contó, hace un par de meses, su teoría particular (pero a la vez universal) sobre cómo nos conectamos con las personas de nuestro entorno. Con esa gente que viene a bien acompañarnos en la vida, ya sea a ratos efimeros o por un trecho más largo. Con esa gente que no entiendes cómo llega o para qué, que pueden ser más jóvenes o más viejos que tu, que no se parecen en nada a ti, que de la nada te pueden querer o tal vez odiar, admirar o envidiar, cuidarte o ponerte zancadillas, acompañarte o en ocasiones dejarte muy solo.

Dice mi amiga que ellos son nuestros maestros. Vienen, como hadas, a romper hechizos. Vienen, como samurai, a enseñarte un arte milenario de guerra y paz. Vienen a devolverte la frescura, la creatividad, la espontaneidad de niño, sin siquiera proponérselo. Llegan para llenarte la existencia sin saberlo...ni ellos ni tu. Vienen a hacerte mejor ser humano.

Hoy, sentada en un banco de mi parque, cerré los ojos y vi pasar muchos que han sido mis maestros. Unos, personas buenas; otros, no tanto. Lo cierto es que en el inventario atrapé al vuelo la presencia de un par de ellos que aparecieron en mi vida hace apenas un parpadeo, que son como luciérnagas brillantes, aunque a veces ni ellas mismas se lo crean. Ellas son mis maestros. Y si me preguntaran qué me han enseñado diría que a rescatar mi sonrisa más primitiva.

No era al revés como pensaban. La inspiración la irradian ustedes, no yo. Las que saben del mundo (transparente e iluminado) son ustedes, no yo. Desde el portal de este parque les envío un guiño de complicidad. Aquí estaré...arrullando a la luna. Ahora más que nunca.